Las cajas de materiales arqueológicos de mil procedencias han sustituido a la gran caja negra de materiales de pintura que tanto me costó componer.
Los manuales de Historia y Osteología pueblan ahora los estantes en que antes descansaban plácidamente los tratados de Historia del Arte, dibujo y audiovisual.
Las láminas y fotografías que ahora lo decoran ya no son imágenes de cuadros o grabados. Algunas sí, pero no todas.
Me acabo de dar cuenta, de que ya no soy de Bellas Artes. O al menos, en mi casa todo ha sido relegado. Las pinturas y las láminas cogen polvo en la parte de arriba de una estantería, los cuadros sin acabar lloran por los rincones y la Historia del Arte de E.H.Gombrich me mira con desdén.
Y ayer me puse a dibujar. Y quise llorar. Ya no dibujo igual, mis manos no responden a lo que antes dibujaban sin esfuerzo. Y, de nuevo hoy, quiero llorar. De impotencia.
Porque, por fin, he encontrado a alguien a quien me pasaría la vida dibujando, como a una de mis chicas francesas. Y no me sale.
Mis manos se han hecho ya al tacto de la cerámica y el hueso, y han olvidado la dulzura del pastel y la señoría de la acuarela.
Y no se si me gusta o si me hace sentir tristeza por lo que un día fui capaz de expresar con un lápiz.
